Como nos lo muestra esta obra de Rembrandt (La lección de anatomía del doctor Tulp (Mauritshuis, La Haya), en la edad moderna, con el auge de la ciencia, el cuerpo humano está perdiendo ese respeto sagrado que se le tenía en la antigüedad. El cuadro es una denuncia, pues antes, debido al versículo de Génesis que dice que el ser humano es polvo y que se convertirá en polvo, las personas debían ser enterradas cuando morían. El polvo pertenece a la tierra, así como el ser humano-polvo pertenece a ella (recordemos la relación que hay en Hebreo entre Adamá: tierra y Adam: hombre), según la cual lo más lógico, desde esa lógica, es que el cuerpo sea enterrado. Por eso en la Edad Media se enterraba a los/as cristianos/as, mientras que a quienes eran condenados/as por la Inquisición se los/as quemaba o se los/as ahogaba. Así, el cuerpo de un/a muerto/a era intocable. La persona moría y, luego de haber sido velada, llorada por sus seres queridos, se la enteraba. Y esa sacralidad del cuerpo se conservó sólo hasta el Siglo XVII, aproximadamente. Pues, desde que Leonardo Da Vinci investigó la anatomía del cuerpo humano, desde que Francis Bacon postuló los principios investigativos de la ciencia moderna y desde que René Descartes limitó el concepto de “sujeto” a la mente, el cuerpo ha llegado a ser considerado como un objeto de estudio. El argumento implícito del Cogito Ergo Sum y toda la construcción moderna-occidental basada en el “sujeto” es: si yo soy animal racional, lo que me distingue de los animales es mi razón, no mi cuerpo. Por tanto, lo que importa es mi mente. Con el cuerpo se puede hacer lo que se quiera, como con el de los animales. En términos heideggerianos se diría algo como: “puesto que lo que me hace un ente ontológico es precisamente mi conciencia de que soy un ente (Da-sein es el único ente a través del cual se puede llevar a cabo la investigación por el sentido del ser), es la conciencia y no el cuerpo lo que me distingue de los demás entes. Así, el cuerpo humano, al perder aquel carácter distintivo de su humanidad mediante la muerte, -es decir, al perder su conciencia, porque un muerto no piensa, no es (recordemos la equiparación parmenideana entre pensamiento y ser)-, queda reducido a la condición de ente útil, o sea, de ente cuyo ser es servir para algo, serle útil a los sujetos (Da-sein) que lo usan.
De ahí que hoy en día al muerto se le saque un riñón para implantárselo a un Da-sein, a un ser humano vivo, enfermo. De ahí que se muestre la desnudez de los cuerpos humanos muertos en las morgues, para que los aprendices de Medicina conozcan mejor la anatomía, fisionomía y fisiología humanas.
De ahí que hoy en día al muerto se le saque un riñón para implantárselo a un Da-sein, a un ser humano vivo, enfermo. De ahí que se muestre la desnudez de los cuerpos humanos muertos en las morgues, para que los aprendices de Medicina conozcan mejor la anatomía, fisionomía y fisiología humanas.
De ahí se haya acabado con ese imaginario medieval, que basaba la razón de la existencia humana en entender cuál es el puesto del ser humano en ese mundo jerarquizado, en ese orbe creado por Dios/a y guiado por sus sumos pontífices, y, por tanto, ya no se piense en términos de lo que es o no es la voluntad de Dios/a: “si el niño nació mongólico, no hay nada que hacer, esa es la voluntad de Dios/a”, “si la muchacha es fea, no hay nada que hacer, pues Dios/a la creó así”, “si ese señor se accidentó es porque Dios/a lo permitió, y no hay nada que hacer con el rostro desfigurado y la pierna magullada”. No. Ahora se piensa en términos de lo que es la voluntad netamente humana, ésa que sopesa lo que es bueno y lo que es malo en términos de lo que es comprobable científicamente (lo que se cree que es, sin lugar a dudas, verdadero, evidente) o lo que no (lo que se califica de buenas a primeras como falso). Ciencia que se ha preocupado por sacar a Dios/a del mundo, no sólo mediante la Teoría de la Evolución, para entronarse ella como la diosa razón. Imaginario científico-moderno que nos lleva ahora a intervenir en el sistema genético del niño mongólico, antes de que nazca; a implantar silicona en los senos de las mujeres que sienten que no son atractivas para los hombres; y a injertar piel de la nalga o de cerdo en el rostro desfigurado del señor que se accidentó.[1] “Ésa es mi voluntad, y poco importa la de Dios/a”. Actitud aparentemente arrogante, por lo demás, en mi opinión, magnífica, pues en la Edad Media se reducía o encasillaba a Dios/a en un sistema inmutable de creencias (dogmas sobre su omnipotencia, omnipresencia, santidad, etc.), según el cual había respuesta para todo: esa es o no es la voluntad de Dios/a. Sistema cerrado al diálogo, a la defensa de la víctima, que servía para justificar torturas, injusticias, exclusión por parte de la sociedad de niños/as mongólicos (los escondían en el cuarto que queda debajo de las escaleras), etc. Virtualización del cuerpo humano que, de alguna manera, ha contribuido en la contraparte a esa concepción casi ascética de la Modernidad Occidental, de que lo único importante del ser humano es su mente, su parte subjetiva. Virtualización del cuerpo que lo está reivindicando, le está devolviendo su dignidad de ser parte importantísima del ser humano, la que le permite a la mente relacionarse con lo que de buenas a primeras se conoce como realdiad.
Percepción a través de los sentidos que analiza, de manera somera, Pierre Lévi. Dicho autor propone lo siguiente: “Comencemos por la percepción, cuya función consiste en traer el mundo aquí, un rol externalizado claramente por los sistemas de telecomunicaciones. El teléfono para el oído, la televisión para la vista, los sistemas de telemanipulación para el tacto y la interacción sen-somotriz: todos estos dispositivos virtualizan los sentidos, organizando así la puesta en común de los órganos virtualizados”[2] (énfasis agregado). Cita que está en el contexto de la generalización de las percepciones, del gran ojo colectivo que ve lo mismo. Enunciación valiosa que Pierre Lévi no profundiza. No va más allá, quizás porque no le interesa postular en los primeros capítulos de su libro una crítica a los efectos de la virtualización, o quizás porque es tan agudo, que presupone que los/as lectores/as ya conocen bien lo que ha de criticarse: el hecho de que en la actualidad la gente mire la misma emisión colectiva, facilita la labor dominadora de quienes tienen el poder sobre quienes trabajan como esclavos para ellos/as, esclavos sin voluntadad propia, sin criterio personal.
Percepción a través de los sentidos que analiza, de manera somera, Pierre Lévi. Dicho autor propone lo siguiente: “Comencemos por la percepción, cuya función consiste en traer el mundo aquí, un rol externalizado claramente por los sistemas de telecomunicaciones. El teléfono para el oído, la televisión para la vista, los sistemas de telemanipulación para el tacto y la interacción sen-somotriz: todos estos dispositivos virtualizan los sentidos, organizando así la puesta en común de los órganos virtualizados”[2] (énfasis agregado). Cita que está en el contexto de la generalización de las percepciones, del gran ojo colectivo que ve lo mismo. Enunciación valiosa que Pierre Lévi no profundiza. No va más allá, quizás porque no le interesa postular en los primeros capítulos de su libro una crítica a los efectos de la virtualización, o quizás porque es tan agudo, que presupone que los/as lectores/as ya conocen bien lo que ha de criticarse: el hecho de que en la actualidad la gente mire la misma emisión colectiva, facilita la labor dominadora de quienes tienen el poder sobre quienes trabajan como esclavos para ellos/as, esclavos sin voluntadad propia, sin criterio personal.
Ojo colectivo que lleva la misma mirada, el mismo punto de vista, a la mente. Mente que, debido a esas percepciones colectivas, termina por convertirse a su vez en una mente colectiva: todo el mundo piensa igual.
Así, por ejemplo, desde el hecho de que las niñas bogotanas ya no se vistan de acuerdo a las costumbres propias de lo que la ciudad fue antaño (el estilo cachaco), costumbres que respondían actualizada-concretamente a la problemática del frío y a la exigencia de pudor, sino que se vistan con el fin de imitar a “Las divinas” -el cual es, sin temor a cometer la falacia de generalización, el programa favorito de la mayoría de niñas de primaria-; hasta el hecho de que, sin temor a cometer la falacia mencionada, casi todos/as los/as adultos/as opinen lo mismo respecto a las pirámides, la parapolítica, la operación jaque, etc., gracias a que casi todos/as vieron y siguen viendo RCN y CARACOL; se está uniformando, en nuestro caso, a la ciudad, se le está diciendo lo que tiene que decir, lo que tiene que pensar, lo que tiene que hacer.
Así, por ejemplo, desde el hecho de que las niñas bogotanas ya no se vistan de acuerdo a las costumbres propias de lo que la ciudad fue antaño (el estilo cachaco), costumbres que respondían actualizada-concretamente a la problemática del frío y a la exigencia de pudor, sino que se vistan con el fin de imitar a “Las divinas” -el cual es, sin temor a cometer la falacia de generalización, el programa favorito de la mayoría de niñas de primaria-; hasta el hecho de que, sin temor a cometer la falacia mencionada, casi todos/as los/as adultos/as opinen lo mismo respecto a las pirámides, la parapolítica, la operación jaque, etc., gracias a que casi todos/as vieron y siguen viendo RCN y CARACOL; se está uniformando, en nuestro caso, a la ciudad, se le está diciendo lo que tiene que decir, lo que tiene que pensar, lo que tiene que hacer.
“Panoptismo”, “Gran Hermano”, entre otras palabras propias de las dis-topías, se nos volvieron comunes en Bogotá y quizás en el resto del país, gracias a que casi todos/as ven y escuchan los mismos medios de comunicación, prácticamente sin mirada ni oída crítica, discernidora, porque casi todos/as consideran que no hay que mirar ni escuchar otras fuentes de información. Y, entonces, por ejemplo (y sin que lo que voy a decir me haga partidario de las pirámides), en estos momentos es difícil encontrar a alguien que no hable mal de las pirámides y que no hable bien de los bancos, cuando hace unos meses la situación era al revés: “los bancos nos estafan, nos cobran intereses demasiado altos, no nos dan una buena tasa de interés, la rentabilidad es pésima”, “las pirámides están con el pueblo, no nos cobran intereses sino que nos triplican la plata como si los individuos del común fuéramos banqueros”. Hoy en día, debido a la agresiva publicidad que los/as dueños/as de los bancos, quienes veían en las pirámides al peor enemigo para su negocio, han promovido a través de los mass media, la gente prefiere a los bancos, exaltando cualidades que no veían en la época de gloria de las pirámides, tales como que son seguros, que ahí nadie se vuela con la plata, etc. Hoy en día casi nadie se acuerda de que los bancos cobran el cuatro por mil, que roban a la gente de manera legal por medio de sus altas tasas de interés, que hacen que la gente pierda su vivienda y sus ilusiones por el atraso en las cuotas impagables, etc. Hoy los bancos son lo mejor ante la “amenaza” (faltó decir terrorista) de las pirámides.
Finalmente, me gustaría señalar algunos aspectos dicientes que Pierre Lévi mencionó en el capítulo en cuestión, tales como:
“El teléfono separa la voz (o cuerpo sonoro) del cuerpo tangible y la transmite a distancia. Mi cuerpo tangible está aquí, mi cuerpo sonoro, desdoblado, está aquí y allá. El teléfono actualiza una forma parcial de ubicuidad, y el cuerpo sonoro de mi interlocutor se encuentra, asimismo, afectado por ese mismo desdoblamiento.[3] En cuanto a esto, sólo quiero notar que la mayoría de gente hoy en día se ha tomado muy enserio la cuestión del desdoblamiento, del don de la ubicuidad. Así, a manera de efecto de la virtualización de la voz -voz que hace parte del ser humano y cuya virtualización, por ende, hacer parte de la virtualización del cuerpo humano-, el teléfono se ha convertido en una justificación de la impuntualidad, de la conchudez. Esto se muestra en el hecho de que, si una persona tiene una cita a las cuatro de la tarde, y sabe que va a llegar tarde, ahora simplemente llama y dice que va a llegar uno poquito más tarde, y con eso la pospone. Es decir, se perdió esa cultura de los quince minutos de espera (si no llega en quince minutos, me voy), que comprometían a ambas partes de la cita a cumplirla con puntualidad. Lo mismo se aprecia en la entrega de trabajos escritos, tanto a través de llamadas como a través de correos electrónicos o hasta avisos en el FaceBook: “profesor, yo le envío el trabajo más tarde”. El instrumento que en un principio fue inventado para acortar distancias, ahora sirve para dilatarlas. Paradoja que explica también nuestra época actual: cuando tenemos tantos recursos para hacer las cosas a tiempo, incluso antes de tiempo, es cuando más nos demoramos. Y, bueno, esto no es gratuito. Al teléfono, que antes consistía en sólo un disco o unos botones para marcar el número, y en unos botones para colgar, ahora tiene un montón de distractores: juegos, calculadora, linterna, mensajes de texto, etc., que, como el MSN, el FaceBook, etc., en cuanto a Internet se refiere, y que están al servicio de las personas a quienes no les interesa que el pueblo piense, sino que se ocupe en trivialidades. Es decir, lo que pasa con las proyecciones, como las llama Pierre Lévi, sucede igual que como con las percepciones, ésas que ahora son colectivas.
Colectividad manifiesta en el denominado por Pierre Lévi como hipercuerpo. Colectividad que se ve en la siguiente cita: “Ahora, los ojos (las córneas), el esperma, los óvulos, los embriones y, sobre todo, la sangre están socializados, mutualizados y se conservan en bancos especializados. Una sangre desterritorializada fluye de cuerpo en cuerpo a través de una enorme red internacional en la que ya no es posible distinguir los componentes económicos, tecnológicos y médicos. El fluido rojo de la vida irriga un cuerpo colectivo, sin forma, disperso. La carne y la sangre, puestas en común, abandonan la intimidad subjetiva y pasan al exterior”.[4] Es decir, así como hoy en día, como se veía en el caso de las niñas que imitan en su forma de vestir a “Las Divinas”, hay una tendencia a que la gente no base su identidad en su nacionalidad, en sus costumbres, etc. (sin decir con esto que la gente ya no tenga nacionalidad ni costumbres), sino en el producto consumista que se vende en televisión, radio, Internet, etc. -en el arquetipo de mujer, de cantante, etc. que se impone. Producto consumista que tiene un poco de todo lado: hecho en Taiwan con materias primas latinoamericanas, para una marca estadounidense. Producto de la red globalizada de explotación por parte de los países ricos a los países mal llamados “tercermundistas”-, de la misma manera hay personas que tienen un poco de todo lado: mujeres que tienen silicona hecha en Taiwan con materias primas latinoamericanas, implantadas por un médico cirujano que estudió en Estados Unidos. Transfusiones de sangre que, curiosamente, no ligan al donante de sangre con la persona a quien se le inyecta, aún cuando, cual hermanos, son literalmente de la misma sangre.
Desterritorialización del cuerpo, de la sangre, de todo, producida por la virtualización del cuerpo, contra la cual, según Pierre Lévi, responden los deportistas que practican desde natación hasta deportes extremos, con el fin de intensificar al máximo la presencia física aquí y ahora, y reconcentrar “a la persona en su centro vital, su «punto de ser» mortal. La actualización se hace reina”.[5] Oposición ante la virtualización que, en términos de lo explicado por Pierre Lévi en su primer capítulo, corresponde lógica y necesariamente a la actualización (recordemos que lo virtual no se opone a lo real, sino a lo actual. Y que, si la virtualización es el proceso opuesto al de actualización, a la virtualización del cuerpo corresponde como contraargumento la actualización del cuerpo). Actualización del cuerpo que se da mejor cuando hay situaciones extremas, cuando se genera mucha adrenalina, cuando no se depende de un computador que le muestra una realidad virtual, sea en los juegos de carros o en los simuladores de vuelo. Actualización del cuerpo que se da volando en parapente o en paracaídas o en una montaña que se escala. Como dice Pierre Lévi en su aparte sobre el Resplandecimiento: “Aun a costa de ser reiterativos, recordemos que la virtualización se analiza, esencialmente, como un cambio de identidad, un paso de una solución particular a una problemática general o transformación de una actividad especial y circunscrita a un funcionamiento deslocalizado, desincronizado, colectivizado. La virtualización del cuerpo no es por tanto, una desencarnación sino una reinvención, una reencarnación, una multiplicación, una vectorización, una heterogénesis de lo humano”.[6] Así, aunque yo esté sentado frente a un computador, jugando un videojuego que me inventa un cuerpo atlético, de un hombre que hace bien los movimientos requeridos para deslizarse en la nieve, nunca será lo mismo tener esa experiencia deslocalizada, virtual, que estar directamente en la fría Suiza o en el exótico monte Aconcagua, y esquiar desde mi inexperiencia de bogotano citadino y sedentario. Podré ganar títulos virtuales en el videojuego, ser el mejor del mundo; pero irme de bruces en el primer intento con los esquíes no virtualizados sino actualizados (por no decir reales, cosa que no le gustaría a Pierre Lévi).
En resumen, estamos viviendo en una época donde lo virtual quiere ganar más relevancia que lo actual, y esto se manifiesta en la visión tecnocrática del cuerpo: podemos hacer con él lo que queramos, cambiarle órganos como si fuera un carro al cual se le pueden cambiar los repuestos, llevarlo a la latonería y la pintura del cirujano, etc. Época en la que nuestra voz viaja más rápido que un carro, de tal manera que puede llegar a Medellín en un segundo, mientras que mi presencia allá puede darse sólo después de un viaje de diez horas en bus y media hora en avión. Desdoblamiento que no sólo nos quita nuestra identidad corporal, sino también la identidad cultural propia de nuestra tierra, porque nos desterritorializa. Desterritorialización que nos pone a volar en un limbo virtual, en el desarraigamiento de creencias que nos permita tener puntos de vista propios, críticos, ante la uniformización que genera esa desterritorialización virtual. Desterritorialización contra la cual protestamos, poniendo los pies en la tierra a través del extremo vuelo actual (es más común, fácil y práctico decir: real) en parapente.
[1] “La imaginería médica hace transparente nuestra interioridad orgánica. Los injertos y las prótesis nos mezclan con los demás y con los artefactos. Hoy inventamos, en !a prolongación de las sabidurías del cuerpo y de las antiguas artes de la alimentación, cien medios de construirnos, de remodelarnos: dietética, body building, cirugía estética, etc.”. LÉVY, Pierre. ¿Qué es lo virtual? Barcelona: Paidós, 1999. pp. 19
[2] Ibid., p. 19
[3] Ibid., p. 20
[4] Ibid., p. 22
[5] Ibid., p. 23
[6] Ibid., p. 24
Finalmente, me gustaría señalar algunos aspectos dicientes que Pierre Lévi mencionó en el capítulo en cuestión, tales como:
“El teléfono separa la voz (o cuerpo sonoro) del cuerpo tangible y la transmite a distancia. Mi cuerpo tangible está aquí, mi cuerpo sonoro, desdoblado, está aquí y allá. El teléfono actualiza una forma parcial de ubicuidad, y el cuerpo sonoro de mi interlocutor se encuentra, asimismo, afectado por ese mismo desdoblamiento.[3] En cuanto a esto, sólo quiero notar que la mayoría de gente hoy en día se ha tomado muy enserio la cuestión del desdoblamiento, del don de la ubicuidad. Así, a manera de efecto de la virtualización de la voz -voz que hace parte del ser humano y cuya virtualización, por ende, hacer parte de la virtualización del cuerpo humano-, el teléfono se ha convertido en una justificación de la impuntualidad, de la conchudez. Esto se muestra en el hecho de que, si una persona tiene una cita a las cuatro de la tarde, y sabe que va a llegar tarde, ahora simplemente llama y dice que va a llegar uno poquito más tarde, y con eso la pospone. Es decir, se perdió esa cultura de los quince minutos de espera (si no llega en quince minutos, me voy), que comprometían a ambas partes de la cita a cumplirla con puntualidad. Lo mismo se aprecia en la entrega de trabajos escritos, tanto a través de llamadas como a través de correos electrónicos o hasta avisos en el FaceBook: “profesor, yo le envío el trabajo más tarde”. El instrumento que en un principio fue inventado para acortar distancias, ahora sirve para dilatarlas. Paradoja que explica también nuestra época actual: cuando tenemos tantos recursos para hacer las cosas a tiempo, incluso antes de tiempo, es cuando más nos demoramos. Y, bueno, esto no es gratuito. Al teléfono, que antes consistía en sólo un disco o unos botones para marcar el número, y en unos botones para colgar, ahora tiene un montón de distractores: juegos, calculadora, linterna, mensajes de texto, etc., que, como el MSN, el FaceBook, etc., en cuanto a Internet se refiere, y que están al servicio de las personas a quienes no les interesa que el pueblo piense, sino que se ocupe en trivialidades. Es decir, lo que pasa con las proyecciones, como las llama Pierre Lévi, sucede igual que como con las percepciones, ésas que ahora son colectivas.
Colectividad manifiesta en el denominado por Pierre Lévi como hipercuerpo. Colectividad que se ve en la siguiente cita: “Ahora, los ojos (las córneas), el esperma, los óvulos, los embriones y, sobre todo, la sangre están socializados, mutualizados y se conservan en bancos especializados. Una sangre desterritorializada fluye de cuerpo en cuerpo a través de una enorme red internacional en la que ya no es posible distinguir los componentes económicos, tecnológicos y médicos. El fluido rojo de la vida irriga un cuerpo colectivo, sin forma, disperso. La carne y la sangre, puestas en común, abandonan la intimidad subjetiva y pasan al exterior”.[4] Es decir, así como hoy en día, como se veía en el caso de las niñas que imitan en su forma de vestir a “Las Divinas”, hay una tendencia a que la gente no base su identidad en su nacionalidad, en sus costumbres, etc. (sin decir con esto que la gente ya no tenga nacionalidad ni costumbres), sino en el producto consumista que se vende en televisión, radio, Internet, etc. -en el arquetipo de mujer, de cantante, etc. que se impone. Producto consumista que tiene un poco de todo lado: hecho en Taiwan con materias primas latinoamericanas, para una marca estadounidense. Producto de la red globalizada de explotación por parte de los países ricos a los países mal llamados “tercermundistas”-, de la misma manera hay personas que tienen un poco de todo lado: mujeres que tienen silicona hecha en Taiwan con materias primas latinoamericanas, implantadas por un médico cirujano que estudió en Estados Unidos. Transfusiones de sangre que, curiosamente, no ligan al donante de sangre con la persona a quien se le inyecta, aún cuando, cual hermanos, son literalmente de la misma sangre.
Desterritorialización del cuerpo, de la sangre, de todo, producida por la virtualización del cuerpo, contra la cual, según Pierre Lévi, responden los deportistas que practican desde natación hasta deportes extremos, con el fin de intensificar al máximo la presencia física aquí y ahora, y reconcentrar “a la persona en su centro vital, su «punto de ser» mortal. La actualización se hace reina”.[5] Oposición ante la virtualización que, en términos de lo explicado por Pierre Lévi en su primer capítulo, corresponde lógica y necesariamente a la actualización (recordemos que lo virtual no se opone a lo real, sino a lo actual. Y que, si la virtualización es el proceso opuesto al de actualización, a la virtualización del cuerpo corresponde como contraargumento la actualización del cuerpo). Actualización del cuerpo que se da mejor cuando hay situaciones extremas, cuando se genera mucha adrenalina, cuando no se depende de un computador que le muestra una realidad virtual, sea en los juegos de carros o en los simuladores de vuelo. Actualización del cuerpo que se da volando en parapente o en paracaídas o en una montaña que se escala. Como dice Pierre Lévi en su aparte sobre el Resplandecimiento: “Aun a costa de ser reiterativos, recordemos que la virtualización se analiza, esencialmente, como un cambio de identidad, un paso de una solución particular a una problemática general o transformación de una actividad especial y circunscrita a un funcionamiento deslocalizado, desincronizado, colectivizado. La virtualización del cuerpo no es por tanto, una desencarnación sino una reinvención, una reencarnación, una multiplicación, una vectorización, una heterogénesis de lo humano”.[6] Así, aunque yo esté sentado frente a un computador, jugando un videojuego que me inventa un cuerpo atlético, de un hombre que hace bien los movimientos requeridos para deslizarse en la nieve, nunca será lo mismo tener esa experiencia deslocalizada, virtual, que estar directamente en la fría Suiza o en el exótico monte Aconcagua, y esquiar desde mi inexperiencia de bogotano citadino y sedentario. Podré ganar títulos virtuales en el videojuego, ser el mejor del mundo; pero irme de bruces en el primer intento con los esquíes no virtualizados sino actualizados (por no decir reales, cosa que no le gustaría a Pierre Lévi).
En resumen, estamos viviendo en una época donde lo virtual quiere ganar más relevancia que lo actual, y esto se manifiesta en la visión tecnocrática del cuerpo: podemos hacer con él lo que queramos, cambiarle órganos como si fuera un carro al cual se le pueden cambiar los repuestos, llevarlo a la latonería y la pintura del cirujano, etc. Época en la que nuestra voz viaja más rápido que un carro, de tal manera que puede llegar a Medellín en un segundo, mientras que mi presencia allá puede darse sólo después de un viaje de diez horas en bus y media hora en avión. Desdoblamiento que no sólo nos quita nuestra identidad corporal, sino también la identidad cultural propia de nuestra tierra, porque nos desterritorializa. Desterritorialización que nos pone a volar en un limbo virtual, en el desarraigamiento de creencias que nos permita tener puntos de vista propios, críticos, ante la uniformización que genera esa desterritorialización virtual. Desterritorialización contra la cual protestamos, poniendo los pies en la tierra a través del extremo vuelo actual (es más común, fácil y práctico decir: real) en parapente.
[1] “La imaginería médica hace transparente nuestra interioridad orgánica. Los injertos y las prótesis nos mezclan con los demás y con los artefactos. Hoy inventamos, en !a prolongación de las sabidurías del cuerpo y de las antiguas artes de la alimentación, cien medios de construirnos, de remodelarnos: dietética, body building, cirugía estética, etc.”. LÉVY, Pierre. ¿Qué es lo virtual? Barcelona: Paidós, 1999. pp. 19
[2] Ibid., p. 19
[3] Ibid., p. 20
[4] Ibid., p. 22
[5] Ibid., p. 23
[6] Ibid., p. 24
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