jueves, 19 de marzo de 2009

Cuarta reseña: 2. La virtualización del cuerpo. En : LÉVY, Pierre. ¿Qué es lo virtual? Barcelona: Paidós, 1999. pp. 19-25

Como nos lo muestra esta obra de Rembrandt (La lección de anatomía del doctor Tulp (Mauritshuis, La Haya), en la edad moderna, con el auge de la ciencia, el cuerpo humano está perdiendo ese respeto sagrado que se le tenía en la antigüedad. El cuadro es una denuncia, pues antes, debido al versículo de Génesis que dice que el ser humano es polvo y que se convertirá en polvo, las personas debían ser enterradas cuando morían. El polvo pertenece a la tierra, así como el ser humano-polvo pertenece a ella (recordemos la relación que hay en Hebreo entre Adamá: tierra y Adam: hombre), según la cual lo más lógico, desde esa lógica, es que el cuerpo sea enterrado. Por eso en la Edad Media se enterraba a los/as cristianos/as, mientras que a quienes eran condenados/as por la Inquisición se los/as quemaba o se los/as ahogaba. Así, el cuerpo de un/a muerto/a era intocable. La persona moría y, luego de haber sido velada, llorada por sus seres queridos, se la enteraba. Y esa sacralidad del cuerpo se conservó sólo hasta el Siglo XVII, aproximadamente. Pues, desde que Leonardo Da Vinci investigó la anatomía del cuerpo humano, desde que Francis Bacon postuló los principios investigativos de la ciencia moderna y desde que René Descartes limitó el concepto de “sujeto” a la mente, el cuerpo ha llegado a ser considerado como un objeto de estudio. El argumento implícito del Cogito Ergo Sum y toda la construcción moderna-occidental basada en el “sujeto” es: si yo soy animal racional, lo que me distingue de los animales es mi razón, no mi cuerpo. Por tanto, lo que importa es mi mente. Con el cuerpo se puede hacer lo que se quiera, como con el de los animales. En términos heideggerianos se diría algo como: “puesto que lo que me hace un ente ontológico es precisamente mi conciencia de que soy un ente (Da-sein es el único ente a través del cual se puede llevar a cabo la investigación por el sentido del ser), es la conciencia y no el cuerpo lo que me distingue de los demás entes. Así, el cuerpo humano, al perder aquel carácter distintivo de su humanidad mediante la muerte, -es decir, al perder su conciencia, porque un muerto no piensa, no es (recordemos la equiparación parmenideana entre pensamiento y ser)-, queda reducido a la condición de ente útil, o sea, de ente cuyo ser es servir para algo, serle útil a los sujetos (Da-sein) que lo usan.

De ahí que hoy en día al muerto se le saque un riñón para implantárselo a un Da-sein, a un ser humano vivo, enfermo. De ahí que se muestre la desnudez de los cuerpos humanos muertos en las morgues, para que los aprendices de Medicina conozcan mejor la anatomía, fisionomía y fisiología humanas.

De ahí se haya acabado con ese imaginario medieval, que basaba la razón de la existencia humana en entender cuál es el puesto del ser humano en ese mundo jerarquizado, en ese orbe creado por Dios/a y guiado por sus sumos pontífices, y, por tanto, ya no se piense en términos de lo que es o no es la voluntad de Dios/a: “si el niño nació mongólico, no hay nada que hacer, esa es la voluntad de Dios/a”, “si la muchacha es fea, no hay nada que hacer, pues Dios/a la creó así”, “si ese señor se accidentó es porque Dios/a lo permitió, y no hay nada que hacer con el rostro desfigurado y la pierna magullada”. No. Ahora se piensa en términos de lo que es la voluntad netamente humana, ésa que sopesa lo que es bueno y lo que es malo en términos de lo que es comprobable científicamente (lo que se cree que es, sin lugar a dudas, verdadero, evidente) o lo que no (lo que se califica de buenas a primeras como falso). Ciencia que se ha preocupado por sacar a Dios/a del mundo, no sólo mediante la Teoría de la Evolución, para entronarse ella como la diosa razón. Imaginario científico-moderno que nos lleva ahora a intervenir en el sistema genético del niño mongólico, antes de que nazca; a implantar silicona en los senos de las mujeres que sienten que no son atractivas para los hombres; y a injertar piel de la nalga o de cerdo en el rostro desfigurado del señor que se accidentó.[1] “Ésa es mi voluntad, y poco importa la de Dios/a”. Actitud aparentemente arrogante, por lo demás, en mi opinión, magnífica, pues en la Edad Media se reducía o encasillaba a Dios/a en un sistema inmutable de creencias (dogmas sobre su omnipotencia, omnipresencia, santidad, etc.), según el cual había respuesta para todo: esa es o no es la voluntad de Dios/a. Sistema cerrado al diálogo, a la defensa de la víctima, que servía para justificar torturas, injusticias, exclusión por parte de la sociedad de niños/as mongólicos (los escondían en el cuarto que queda debajo de las escaleras), etc. Virtualización del cuerpo humano que, de alguna manera, ha contribuido en la contraparte a esa concepción casi ascética de la Modernidad Occidental, de que lo único importante del ser humano es su mente, su parte subjetiva. Virtualización del cuerpo que lo está reivindicando, le está devolviendo su dignidad de ser parte importantísima del ser humano, la que le permite a la mente relacionarse con lo que de buenas a primeras se conoce como realdiad.

Percepción a través de los sentidos que analiza, de manera somera, Pierre Lévi. Dicho autor propone lo siguiente: “Comencemos por la percepción, cuya función consiste en traer el mundo aquí, un rol externalizado claramente por los sistemas de telecomunicaciones. El teléfono para el oído, la televisión para la vista, los sistemas de telemanipulación para el tacto y la interacción sen-somotriz: todos estos dispositivos virtualizan los sentidos, organizando así la puesta en común de los órganos virtualizados”[2] (énfasis agregado). Cita que está en el contexto de la generalización de las percepciones, del gran ojo colectivo que ve lo mismo. Enunciación valiosa que Pierre Lévi no profundiza. No va más allá, quizás porque no le interesa postular en los primeros capítulos de su libro una crítica a los efectos de la virtualización, o quizás porque es tan agudo, que presupone que los/as lectores/as ya conocen bien lo que ha de criticarse: el hecho de que en la actualidad la gente mire la misma emisión colectiva, facilita la labor dominadora de quienes tienen el poder sobre quienes trabajan como esclavos para ellos/as, esclavos sin voluntadad propia, sin criterio personal.

Ojo colectivo que lleva la misma mirada, el mismo punto de vista, a la mente. Mente que, debido a esas percepciones colectivas, termina por convertirse a su vez en una mente colectiva: todo el mundo piensa igual.

Así, por ejemplo, desde el hecho de que las niñas bogotanas ya no se vistan de acuerdo a las costumbres propias de lo que la ciudad fue antaño (el estilo cachaco), costumbres que respondían actualizada-concretamente a la problemática del frío y a la exigencia de pudor, sino que se vistan con el fin de imitar a “Las divinas” -el cual es, sin temor a cometer la falacia de generalización, el programa favorito de la mayoría de niñas de primaria-; hasta el hecho de que, sin temor a cometer la falacia mencionada, casi todos/as los/as adultos/as opinen lo mismo respecto a las pirámides, la parapolítica, la operación jaque, etc., gracias a que casi todos/as vieron y siguen viendo RCN y CARACOL; se está uniformando, en nuestro caso, a la ciudad, se le está diciendo lo que tiene que decir, lo que tiene que pensar, lo que tiene que hacer.

“Panoptismo”, “Gran Hermano”, entre otras palabras propias de las dis-topías, se nos volvieron comunes en Bogotá y quizás en el resto del país, gracias a que casi todos/as ven y escuchan los mismos medios de comunicación, prácticamente sin mirada ni oída crítica, discernidora, porque casi todos/as consideran que no hay que mirar ni escuchar otras fuentes de información. Y, entonces, por ejemplo (y sin que lo que voy a decir me haga partidario de las pirámides), en estos momentos es difícil encontrar a alguien que no hable mal de las pirámides y que no hable bien de los bancos, cuando hace unos meses la situación era al revés: “los bancos nos estafan, nos cobran intereses demasiado altos, no nos dan una buena tasa de interés, la rentabilidad es pésima”, “las pirámides están con el pueblo, no nos cobran intereses sino que nos triplican la plata como si los individuos del común fuéramos banqueros”. Hoy en día, debido a la agresiva publicidad que los/as dueños/as de los bancos, quienes veían en las pirámides al peor enemigo para su negocio, han promovido a través de los mass media, la gente prefiere a los bancos, exaltando cualidades que no veían en la época de gloria de las pirámides, tales como que son seguros, que ahí nadie se vuela con la plata, etc. Hoy en día casi nadie se acuerda de que los bancos cobran el cuatro por mil, que roban a la gente de manera legal por medio de sus altas tasas de interés, que hacen que la gente pierda su vivienda y sus ilusiones por el atraso en las cuotas impagables, etc. Hoy los bancos son lo mejor ante la “amenaza” (faltó decir terrorista) de las pirámides.

Finalmente, me gustaría señalar algunos aspectos dicientes que Pierre Lévi mencionó en el capítulo en cuestión, tales como:

“El teléfono separa la voz (o cuerpo sonoro) del cuerpo tangible y la transmite a distancia. Mi cuerpo tangible está aquí, mi cuerpo sonoro, desdoblado, está aquí y allá. El teléfono actualiza una forma parcial de ubicuidad, y el cuerpo sonoro de mi interlocutor se encuentra, asimismo, afectado por ese mismo desdoblamiento.[3] En cuanto a esto, sólo quiero notar que la mayoría de gente hoy en día se ha tomado muy enserio la cuestión del desdoblamiento, del don de la ubicuidad. Así, a manera de efecto de la virtualización de la voz -voz que hace parte del ser humano y cuya virtualización, por ende, hacer parte de la virtualización del cuerpo humano-, el teléfono se ha convertido en una justificación de la impuntualidad, de la conchudez. Esto se muestra en el hecho de que, si una persona tiene una cita a las cuatro de la tarde, y sabe que va a llegar tarde, ahora simplemente llama y dice que va a llegar uno poquito más tarde, y con eso la pospone. Es decir, se perdió esa cultura de los quince minutos de espera (si no llega en quince minutos, me voy), que comprometían a ambas partes de la cita a cumplirla con puntualidad. Lo mismo se aprecia en la entrega de trabajos escritos, tanto a través de llamadas como a través de correos electrónicos o hasta avisos en el FaceBook: “profesor, yo le envío el trabajo más tarde”. El instrumento que en un principio fue inventado para acortar distancias, ahora sirve para dilatarlas. Paradoja que explica también nuestra época actual: cuando tenemos tantos recursos para hacer las cosas a tiempo, incluso antes de tiempo, es cuando más nos demoramos. Y, bueno, esto no es gratuito. Al teléfono, que antes consistía en sólo un disco o unos botones para marcar el número, y en unos botones para colgar, ahora tiene un montón de distractores: juegos, calculadora, linterna, mensajes de texto, etc., que, como el MSN, el FaceBook, etc., en cuanto a Internet se refiere, y que están al servicio de las personas a quienes no les interesa que el pueblo piense, sino que se ocupe en trivialidades. Es decir, lo que pasa con las proyecciones, como las llama Pierre Lévi, sucede igual que como con las percepciones, ésas que ahora son colectivas.

Colectividad manifiesta en el denominado por Pierre Lévi como hipercuerpo. Colectividad que se ve en la siguiente cita: “Ahora, los ojos (las córneas), el esperma, los óvulos, los embriones y, sobre todo, la sangre están socializados, mutualizados y se conservan en bancos especializados. Una sangre desterritorializada fluye de cuerpo en cuerpo a través de una enorme red internacional en la que ya no es posible distinguir los componentes económicos, tecnológicos y médicos. El fluido rojo de la vida irriga un cuerpo colectivo, sin forma, disperso. La carne y la sangre, puestas en común, abandonan la intimidad subjetiva y pasan al exterior”.[4] Es decir, así como hoy en día, como se veía en el caso de las niñas que imitan en su forma de vestir a “Las Divinas”, hay una tendencia a que la gente no base su identidad en su nacionalidad, en sus costumbres, etc. (sin decir con esto que la gente ya no tenga nacionalidad ni costumbres), sino en el producto consumista que se vende en televisión, radio, Internet, etc. -en el arquetipo de mujer, de cantante, etc. que se impone. Producto consumista que tiene un poco de todo lado: hecho en Taiwan con materias primas latinoamericanas, para una marca estadounidense. Producto de la red globalizada de explotación por parte de los países ricos a los países mal llamados “tercermundistas”-, de la misma manera hay personas que tienen un poco de todo lado: mujeres que tienen silicona hecha en Taiwan con materias primas latinoamericanas, implantadas por un médico cirujano que estudió en Estados Unidos. Transfusiones de sangre que, curiosamente, no ligan al donante de sangre con la persona a quien se le inyecta, aún cuando, cual hermanos, son literalmente de la misma sangre.

Desterritorialización del cuerpo, de la sangre, de todo, producida por la virtualización del cuerpo, contra la cual, según Pierre Lévi, responden los deportistas que practican desde natación hasta deportes extremos, con el fin de intensificar al máximo la presencia física aquí y ahora, y reconcentrar “a la persona en su centro vital, su «punto de ser» mortal. La actualización se hace reina”.[5] Oposición ante la virtualización que, en términos de lo explicado por Pierre Lévi en su primer capítulo, corresponde lógica y necesariamente a la actualización (recordemos que lo virtual no se opone a lo real, sino a lo actual. Y que, si la virtualización es el proceso opuesto al de actualización, a la virtualización del cuerpo corresponde como contraargumento la actualización del cuerpo). Actualización del cuerpo que se da mejor cuando hay situaciones extremas, cuando se genera mucha adrenalina, cuando no se depende de un computador que le muestra una realidad virtual, sea en los juegos de carros o en los simuladores de vuelo. Actualización del cuerpo que se da volando en parapente o en paracaídas o en una montaña que se escala. Como dice Pierre Lévi en su aparte sobre el Resplandecimiento: “Aun a costa de ser reiterativos, recordemos que la virtualización se analiza, esencialmente, como un cambio de identidad, un paso de una solución particular a una problemática general o transformación de una actividad especial y circunscrita a un funcionamiento deslocalizado, desincronizado, colectivizado. La virtualización del cuerpo no es por tanto, una desencarnación sino una reinvención, una reencarnación, una multiplicación, una vectorización, una heterogénesis de lo humano”.[6] Así, aunque yo esté sentado frente a un computador, jugando un videojuego que me inventa un cuerpo atlético, de un hombre que hace bien los movimientos requeridos para deslizarse en la nieve, nunca será lo mismo tener esa experiencia deslocalizada, virtual, que estar directamente en la fría Suiza o en el exótico monte Aconcagua, y esquiar desde mi inexperiencia de bogotano citadino y sedentario. Podré ganar títulos virtuales en el videojuego, ser el mejor del mundo; pero irme de bruces en el primer intento con los esquíes no virtualizados sino actualizados (por no decir reales, cosa que no le gustaría a Pierre Lévi).

En resumen, estamos viviendo en una época donde lo virtual quiere ganar más relevancia que lo actual, y esto se manifiesta en la visión tecnocrática del cuerpo: podemos hacer con él lo que queramos, cambiarle órganos como si fuera un carro al cual se le pueden cambiar los repuestos, llevarlo a la latonería y la pintura del cirujano, etc. Época en la que nuestra voz viaja más rápido que un carro, de tal manera que puede llegar a Medellín en un segundo, mientras que mi presencia allá puede darse sólo después de un viaje de diez horas en bus y media hora en avión. Desdoblamiento que no sólo nos quita nuestra identidad corporal, sino también la identidad cultural propia de nuestra tierra, porque nos desterritorializa. Desterritorialización que nos pone a volar en un limbo virtual, en el desarraigamiento de creencias que nos permita tener puntos de vista propios, críticos, ante la uniformización que genera esa desterritorialización virtual. Desterritorialización contra la cual protestamos, poniendo los pies en la tierra a través del extremo vuelo actual (es más común, fácil y práctico decir: real) en parapente.
[1] “La imaginería médica hace transparente nuestra interioridad orgánica. Los injertos y las prótesis nos mezclan con los demás y con los artefactos. Hoy inventamos, en !a prolongación de las sabidurías del cuerpo y de las antiguas artes de la alimentación, cien medios de construirnos, de remodelarnos: dietética, body building, cirugía estética, etc.”. LÉVY, Pierre. ¿Qué es lo virtual? Barcelona: Paidós, 1999. pp. 19
[2] Ibid., p. 19
[3] Ibid., p. 20
[4] Ibid., p. 22
[5] Ibid., p. 23
[6] Ibid., p. 24

sábado, 14 de marzo de 2009

Tercera reseña: 1. ¿Qué es la virtualización? En : LÉVY, Pierre. ¿Qué es lo virtual? Barcelona: Paidós, 1999. pp. 10-18

¿Qué diferencia hay entre lo real y lo actual? Como diría Husserl, todas las personas tenemos una creencia según la cual consideramos que lo que está afuera de nosotros existe real u objetivamente.  Es decir, la realidad es ese conjunto de cosas de las que, pre-filosóficamente, no discutimos su existencia o inexistencia, pues las podemos tocar, ver, oír, etc.  Sin embargo, recordemos que Husserl, a la manera de Descaertes, no pensaba que lo real, lo objetivo, es lo que percibimos mediante nuestros cinco sentidos, pues estos nos engañan.  Lo objetivo, lo real, se muestra apenas cuando lo ponemos entre paréntesis, a través de la reducción fenomenológica.  Por otra parte, lo virtual no es tan fácilmente definible, sobretodo en esta época donde se habla tanto de realidad virtual.  Lo bueno de esta última expresión es que de plano descarta la oposición entre real y virtual, ya que no son dos términos mutuamente excluyentes, sino que pueden coexistir al menos en dicho término y en las cosas que éste denota.  Entonces, lo virtual tiene que oponerse a otra categoría.  Pero antes de examinar lo que nos dice Pierre Lévi al respecto, consideremos el siguiente raciocinio:

Hay maneras diferentes de experimentar lo virtual, que no se limitan al uso de un computador.  Por ejemplo, hay personas que, cuando están dando el noticiero, ven solamente los deportes.  Son expertas en saber qué equipo ganó, quién hizo el gol, en qué posición van los equipos; pero no tienen ni idea de qué bomba estalló en qué sitio, qué helicóptero aterrizó sobre cuál terraza, qué ley se promulgó, qué dijo el ministro de defensa, etc.  Pareciera que vivieran en “otro mundo”.  Ahora bien, ¿es esa afición por los deportes, que prácticamente excluye otras aficiones como la afición por la política, una negación de la realidad?, ¿es esa afición por los deportes un escapismo a “la realidad”?, ¿es la política, la economía, el conflicto interno… la “realidad”?, ¿los deportes no son “realidad”?, ¿los deportes son realidad virtual? Así como la realidad virtual es un modo particular de ser, los deportes también lo son.  Pero eso no indica que todo lo que sea un modo particular de ser sea realidad virtual.  Ni que ciertos modos particulares de ser, como la política o la economía, sean la totalidad de la realidad, y que otros modos particulares de ser no sean la realidad.  Todos los modos particulares de ser son parte de la realidad, la conforman.  Por supuesto, incluyendo al modo particular de ser de la realidad virtual.  Como lo dice Pierre Lévi: “El libro de Michel Serres, Atlas, ilustra el tema de lo virtual como «fuera de ahí». La imaginación, la memoria, el conocimiento y la religión son vectores de virtualización que nos han hecho abandonar el «ahí» mucho antes que la informatización y las redes digitales”.[1]

El anterior raciocinio nos sirve para mostrar que no es tan clara la concepción acerca de lo virtual.  Pareciera que, según tal raciocinio, lo virtual es aquella parte de la realidad que nos impide ponerle atención a las cosas “realmente importantes” de dicha realidad.  En todo caso, lo virtual haría parte de lo real.  Y esto que se acaba de decir nos sirve para dos cosas: 1) nos muestra que lo virtual sí puede, como ya se había dicho, compaginar con la realidad, en tanto que hace parte de ella.  2) Nos muestra lo ilógico de pensar que hay cosas de la realidad más importantes que otras, pues ¿quién determina qué es lo importante y lo que no, sino quienes tienen el poder y nos dominan?

Ahora bien, para revisar qué es, entonces, lo virtual, comencemos mirando la tesis central del artículo que se está reseñando, tesis que se puede encontrar ya en la introducción del libro, cuando Pierre Lévi dice lo siguiente: “¿Cuál es entonces la ambición de la presente obra? Es muy simple: no me he contentado con definir lo virtual como un modo particular de ser, sino que también he querido analizar e ilustrar un proceso de transformación de un modo a otro de ser. En efecto, este libro estudia la virtualización que remonta desde lo real o lo actual hacia lo virtual. La tradición filosófica, hasta los más recientes trabajos, analiza el paso de lo posible a lo real y de lo real a lo actual. Ningún estudio, que yo sepa, ha analizado todavía la transformación inversa, en dirección de lo virtual” (énfasis agregado).[2]

En primer lugar, observemos que para Lévi lo virtual tiene dos connotaciones: 1) es un modo particular de ser: “En la filosofía escolástica, lo virtual es aquello que existe en potencia pero no en acto. Lo virtual tiende a actualizarse, aunque no se concretiza de un modo efectivo o formal. El árbol está virtüalmente presente en la semilla. Con todo rigor filosófico, lo virtual no se opone a lo real sino a lo actual: virtualidad y actualidad sólo son dos maneras de ser diferentes”.[3] Y 2) también tiene un sentido dinámico:

Pero ¿qué es la virtualización? No nos referimos a lo virtual como manera de ser, sino a la virtualización como dinámica. La virtualización puede definirse como el movimiento inverso a la actualización. Consiste en el paso de lo actual a lo virtual, en una «elevación a la potencia» de la entidad considerada. La virtualización no es una desrealización (la transformación de una realidad en un conjunto de posibles), sino una mutación de identidad, un desplazamiento del centro de gravedad ontológico del objeto considerado: en lugar de definirse principalmente por su actualidad (una «solución»), la entidad encuentra así su consistencia esencial en un campo problemático. Virtualizar una entidad cualquiera consiste en descubrir la cuestión general a la que se refiere, en mular la entidad en dirección a este interrogante y en redefinir la actualidad de partida como respuesta a una cuestión particular.  Tomemos el caso, muy contemporáneo, de la «virtualización» de una empresa. La organización clásica reúne a sus empleados en el mismo edificio o en un conjunto de establecimientos. Cada uno de los empleados ocupa un puesto de trabajo situado en un lugar preciso y su empleo del tiempo define su horario de trabajo. Una empresa virtual, por el contrario, hace un uso masivo del teletrabajo, tendiendo a reemplazar la presencia física de sus empleados en los mismos locales por la participación en una red de comunicación electrónica y a usar recursos informáticos que favorecen la cooperación. En consecuencia, la virtualización de la empresa, más que una solución estable, consiste más en hacer de las coordenadas espacio-temporales del trabajo un problema siempre planteado que en una solución estable.[4]

En otras palabras, y para que nos quede más sencillo entender esta cuestión, lo virtual es a lo actual, lo que, en términos aristotélicos, la potencia es al acto.  Lo posible es idéntico a lo real; sólo le falta la existencia.  Pero, aunque lo real se asemeje a lo posible; por el contrario, lo actual no se parece en nada a lo virtual: le responde.  ¿Qué es, entonces, la actualización? Básicamente, la invención de una solución exigida por una problemática compleja (y esta problemática compleja es lo virtual).  Por eso es que lo actual le responde a lo virtual. 

Así, podemos entender más claramente tal oposición:

Actualización: invención de una solución exigida por una problemática compleja.

Vs.

Virtualización: Consiste en el paso de lo actual a lo virtual, en una «elevación a la potencia» de la entidad considerada.

Es así como podemos volver al inicio, a esa conjunción de lo virtual con lo real, mencionando un pasaje del texto que ya se había citado: “La virtualización no es una desrealización (la transformación de una realidad en un conjunto de posibles), sino una mutación de identidad, un desplazamiento del centro de gravedad ontológico del objeto considerado: en lugar de definirse principalmente por su actualidad (una «solución»), la entidad encuentra así su consistencia esencial en un campo problemático. Virtualizar una entidad cualquiera consiste en descubrir la cuestión general a la que se refiere, en mular la entidad en dirección a este interrogante y en redefinir la actualidad de partida como respuesta a una cuestión particular”.[5]

Finalmente, es interesante ver cómo Pirre Lévi, acudiendo a Michel Serres, muestra que lo virtual, a menudo, «no está ahí», según la categoría heideggeriana de Da-sein.  Si estoy chateando, por ejemplo, con mi amiga, realmente no estamos ahí, pero virtualmente sí lo estamos.  Somos dos seres ahí, reales, pero distanciados.  Y en esa distancia nos une una comunicación virtual.  Pero lo que yo digo, lo digo realmente.  Y lo que ella me responde, también es real.  Así queda claro que lo virtual no es irreal, sino que es una parte de la realidad, pero no de la realidad concreta.  Cuando la realidad concreta no puede hacerse patente por sí sola a causa de la distancia, se nos presenta la realidad virtual.  Mi amiga está realmente del otro lado, pero se me presenta concretamente, sino que se me muestra de manera virtual.  Lo mismo sucede cuando escucho una grabación de algún discurso de mi abuelo, o de Gaitán o de Martin Luther King: la voz es real, las palabras que dijeron son reales, pero ellos ya no están aquí, están del otro lado.  No se me presentan concretamente, pero su voz me sigue hablando de manera virtual.  Obviamente, esto ya no es comunicación de tú a tú.  Es más bien, un monólogo, según el cual yo, en tanto que estoy vivo, decido si acato o no lo que tales personajes me están diciendo.  En todo caso, los discursos, aunque los pronuncien los seres vivos, son, por lo general, monólogos. 

Así nos aproximamos un poco al concepto de lo virtual.



[1] LÉVY, Pierre.  ¿Qué es lo virtual? Barcelona: Paidós, 1999.  p. 14

[2] Ibid., p. 8

[3] Ibid., p. 10

[4] Ibid., p. 12

[5] Ibid., p. 12

jueves, 5 de marzo de 2009

Reseñas de lectura

Primera reseña: el autor nos motiva a emplear en la investigación las herramientas que la web nos ofrece, tales como el correo electrónico, las páginas web, etc.  En la web tenemos un caudal de información que el/la investigador/a normalmente desaprovecha.  Por ello hay que dejar a un lado los prejuicios que nos limitan al libro, el lápiz y el papel, o, en el mejor de los casos, la máquina de escribir, para emplear las herramientas de la web que no sólo nos pueden ahorrar tiempo a la hora de investigar, sino que también nos pueden ayudar a realizar una investigación más profunda y, sobretodo, más actualizada. 

Ahora bien, tal sugerencia, de emplear las herramientas de la web, es un arma de doble filo.  A las personas que aprendieron a investigar en la vieja escuela, a punta de visitas en la biblioteca para realizar arduas lecturas, y que tuvieron que gastar muchas horas, tratando de mecanografiar un buen texto, la web puede resultar ser una maravilla.  Para estas personas la web puede llegar a ser la herramienta ideal, que realmente va a permitirles hacer investigaciones serias en menos tiempo.  Pero, ¿nuestros/as niños/as, aquellos que están aprendiendo en la nueva escuela, lograrán ver a la web como una herramienta? Puesto que ellos/as no se acercan a la web como una opción más, diferente de la biblioteca, sino que están inmersos en la web, ésta es su cultura, y la biblioteca es una especie de museo arqueológico al cual prefieren no ir, ¿aprovecharán ellos/as dichas herramientas de la web?

En mi opinión, como lo mostraré en la siguiente reseña, los niños y las niñas, incluso los jóvenes de pregrado, al no tener todo ese trasfondo de la escuela vieja, al no haber aprendido a investigar con el rigor con el cual se investigaba antes, no podrán desarrollar otras capacidades que copiar y pegar textos bajados de monografías.com o wikipedia. 

 

Segunda reseña: el autor nos muestra cómo la cibernética ha radicado en el estudio del control y comunicación tanto en máquinas como en seres vivos.  Así como los dispositivos de dirección de los barcos son precisamente de las primeras modalidades de mecanismos de control: timonel, la cibernética se trata de lograr controlar, mediante realidades virtuales, los hilos de la sociedad humana.  De ahí que la principal definición de cibernética dada en el texto rece así: “me vi obligado a inventarla. De ahí: cibernética, que derivé de la voz griega kubernetes o timonel, de la misma raíz de la cual los pueblos de Occidente han formado gobierno y sus derivados. Por otra parte, encontré más tarde que la voz había sido usada ya por Ampère, aplicada a la política, e introducida en otro sentido por un hombre de ciencia polaco” (énfasis agregado).[1]


Pero, antes de retormar el tema del control mediante la Cibernética, hablemos un poco de ella.  Resulta que Heidegger afirmaba que para indagar sobre el sentido del ser, había que investigar al ente.  Pero no a un ente cualquiera, porque el ser de un ente cualquiera tiene que ver con su utilidad, con el servicio que le pueda prestar a un ser humano.  Así, por ejemplo, el ser del martillo es que éste sirve para martillar, ser entendido en términos de utilidad, que lo diferencia de, por ejemplo, el destornillador.  Entonces, no es en las cosas que están a la mano, que le sirven al hombre, que debemos preguntar por el sentido del ser, sino en ese ente que se da cuenta que tiene ser, cuyo ser no se expresa en términos de utilidad.  Es en el ente conocido como ser humano, nosotros/as mismos/as, donde se debe realizar la investigación por el sentido del ser.  Por eso, Ser y tiempo, libro que relacionará al sentido del ser con la temporalidad, es el desarrollo de una analítica existenciaria, del análisis del Ser-ahí.  En nosotros/as mismos/as está la respuesta a la cuestión del ser.

De manera similar, para la Cibernética era importante encontrar, por decirlo así, el ser que constituye a los entes, es decir, esa chispa de vida que los hace moverse.  Pero, ya que las cosas, los entes cualquiera, no tienen alma, pues su ser consiste en su utilidad, como ya se dijo, la Cibernética habría de indagar por el sentido de la vitalidad, como lo hiciera Heidegger respecto al sentido del ser, en el ser humano.  “¿Cómo el ser vivo ejerce control sobre su organismo y, particularmente, cómo lo hace el ser humano?, es decir, ¿cómo conocer todos los secretos de la fisiología de los seres vivos y especialmente de los seres humanos?, ¿y los de la sociedad?”.[2] Por eso, la cibernética se centrará en el estudio del cerebro humano -sobretodo porque es éste el que le permite comunicarse de manera inteligente-, para tratar de lograr que las máquinas lo imiten. 

El lenguaje es la casa del ser, decía Heidegger en su Carta sobre el Humanismo.  Y, en ilación con esto, el autor, Juan Cepeda H., nos muestra en su texto que nuestro cerebro está predeterminado para el lenguaje, esencia de nuestro sistema humano de comunicaciones, así como nos muestra que nuestro cerebro tiene tres niveles de lenguaje que son, a su vez, tres aspectos de la comunicación: nivel fonético (oído interno / sonido), nivel semántico (ciertos grupos de neuronas, fondo internuncial / idea) y nivel de comportamiento (conducta, acciones del individuo).  El ser humano depende del lenguaje, para construir y habitar la sociedad, necesita comunicarse a través del lenguaje.  “La transmisión de mensajes como el fin propio de las comunicaciones, pero haciendo la aclaración de que «la transmisión corporal de materia y mensajes es sólo un mismo camino imaginable de alcanzar ese fin». ¿Cómo llega Wiener a semejante propuesta? Considerando la hipótesis según la cual el organismo mismo es efectivamente mensaje”.[3] Comunicación que, a la manera de Heráclito, gran inspirador de Heidegger, se da, entre otras cosas, porque nosotros, como todo lo demás, fluimos: “La estructura que conserva la homeostasis es la piedra de toque de nuestra identidad personal. Nuestros tejidos cambian, mientras vivimos: el alimento que ingerimos y el aire que respiramos se convierten en carne de nuestra carne y sangre de nuestra sangre; los componentes momentáneos de nuestro cuerpo escapan diariamente mediante las excreciones. Somos sólo remolinos de un río de agua perennemente corriente. No somos una materia que permanece, sino organizaciones que se perpetúan”.[4]

Así, entonces, el texto de Juan Cepeda H. en su conjunto, es una reseña histórica de la Cibernética, que va desde la invención del timonel, pasando por la de la máquina de Leibniz para multiplicar y por la del telégrafo, hasta llegar a la Internet y los celulares.  Historia que se resume en, palabras más, palabras menos, que la Cibernética ha tratado de lograr lo que plantean las películas como Terminator: los seres humanos han venido inventando máquinas, las cuales son cada vez más complejas y completas, más tecnológicas, de tal manera que se logró inventar una máquina que, sin ser auténticamente humana, imita en todo al ser humano.  


En un primer momento, el invento no era tan bueno, en la medida que se podía diferenciar perfectamente entre un ser humano y una máquina de esas.  


Pero en un segundo momento, la apariencia humana de las máquinas fue casi perfecta, por cuanto sangraban, sudaban, tenían mal aliento y se movían como seres humanos.  Incluso su mente robótica, carente de sentimientos, parecía ser totalmente humana en su forma de razonar.  Sólo los perros, por su olfato, podían identificar que esas máquinas no eran seres humanos.  


Máquinas pensantes que quisieron dominar, esclavizar, al hombre que las creó.  Temática que se manifiesta no sólo en Terminator, sino también en películas más recientes como Matrix, en la cual se muestra cómo en un principio los seres humanos crearon máquinas para servirse de ellas, pero luego las máquinas se hicieron poderosas y llevaron al ser humano a la condición de ser simplemente una batería para darles energía.  


Ahora ellas se sirven del ser humano.  Crítica en la cual coincidió la Escuela de Frankfurt respecto de la técnica: la hicimos para servirnos de ella, pero ahora el ser humano está al servicio de la técnica.  Crítica que acogió Heidegger.  Guerra de las máquinas contra los seres humanos que las máquinas están ganando.  Niños y niñas que ya no van al parque porque están sometidos a un videojuego que les exige superar y superar niveles, hasta alcanzar el nivel superior y, entonces, reiniciar el proceso en otro videojuego o en la versión mejorada del mismo: Halo 1, Halo 2... Jóvenes pálidos/as, sin músculos, jorobados, con brazos delgados y dedos alargados, que no han recibido la vitamina C del sol, porque no salen de su cueva cibernética.  


Como en Matrix, las máquinas les han chupado la energía.  Jóvenes que ya no tertulian cara a cara, sobre los problemas fundamentales de la adolescencia, de la vida, sino que chatean con cinco o más personas al mismo tiempo, llevando a cabo charlas que no tienen profundidad, y descuidando las relaciones sociales con su entorno inmediato: papá, mamá, hermanos/as, amigos/as cercanos/as.  Ahora se tiene más confianza y “cercanía” con una persona que jamás se ha visto en carne y hueso, que vive al otro lado del mundo, que con la propia madre.  


Danza de espectros, como diría Derrida.  Virtualidad = fantasmagorización de la vida.  Hablamos, como en una época mágica, con fantasmas, aunque ya no necesitamos de un médium espiritual, porque ahora lo hacemos a través de un aparato.  Pero, como en aquella época mágica, ahora le ponemos más cuidado a ese mundo fantasmagórico que al mundo real.  La guerra contra la técnica, contra las máquinas, la estamos perdiendo.  

Ya no habitamos la cultura, como diría Danilo Cruz Vélez, sino que habitamos la Cibercultura.  Homo cybersapiens, hombre que ha descuidado la labranza de la tierra, actividad de la cual se produjo la palabra “cultura”.  La Cibercultura podría habernos hecho cultos/as, porque podría habernos permitido cultivar nuestros saberes de una forma más rápida y eficaz por causa de la lúdica y didáctica de los medios audiovisuales.  Hubiera sido lo mejor, si todos y todas pertenecieran, como se dijo en la primera reseña, a la escuela vieja de investigación, a esa que sabía articular los conocimientos en un sistema de pensamiento crítico.  La Cibercultura hubiera sido lo mejor si estuviéramos en una sociedad pensante, crítica, con jóvenes lectores/as que disciernen la realidad.  Pero, en la práctica, la Cibercultura nos está quitando toda capacidad de cultivo.  Hacemos lo que quienes están detrás de la Cibernética quieren que hagamos.  Pensamos, como diría Gadamer, lo que los dueños de los medios de comunicación quieren que pensemos, para que interpretemos la realidad como ellos quieren que la interpretemos.  ¿Qué capacidad crítica tiene un joven que dedica sus tardes a jugar Halo y más tarde a chatear?, ¿qué clase de cultivo es ese?

En ese sentido, considero que el autor del texto tiene un optimismo muy grande en la Cibercultura.  Yo, por mi parte, me inscribo en el pesimismo propio de la posguerra.  El Positivismo del Siglo XIX, junto con el auge desmedido de las ciencias, nos ofreció el ideal de libertad y paz, las cuales alcanzaríamos por medio de la técnica.  Dominaríamos las leyes de la naturaleza, venceríamos toda enfermedad, incluso acabaríamos con la muerte, encontrando en los avances científicos la buscada fuente de la eterna juventud.  Pero, en contraste, el producto de esos ideales fue lo opuesto a la paz y a la libertad: la Primera y la Segunda Guerra Mundial.  

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Y es eso mismo lo pienso que está pasando con la Cibercultura.  Por medio de la Cibernética, se dice, podremos adquirir mejor el conocimiento, lograr más fácilmente la realización de nuestro ser latinoamericano.  Pero yo creo que, por medio de la Cibernética, otros, los dominadores de siempre, están quitándonos nuestros últimos vestigios de originalidad, la posibilidad de ser auténticamente latinoamericanos/as.  Se nos está imponiendo ese sistema globalizado de vida, que no respeta fronteras, culturas, pensamientos.  Se nos obliga a ser pro-imperialistas, pro-tecnoligistas, pro-… Se nos manda a no pensar, a no criticar, a comer callados/as, a no levantar una voz ni contra el emperador ni contra nuestro presidente, que le sirve.  Si antes, en los setenta, era difícil una revolución para los/as marxistas, ahora es casi imposible que logremos motivar a los/as latinoamericanos/as de las nuevas generaciones a que no quieran ser como gringos/as, a que rescaten sus propias raíces culturales.  Porque, aunque se inviertan muchos millones en presentar de forma bonita nuestras raíces culturales a través de Internet, aunque se paguen montones de dólares en el barco que viaja por el río Magdalena, esparciendo Cibercultura, siempre seguirá ganando la guerra aquel que tiene el control del timonel, el que tiene “la sartén por el mango”, el que ofrece el videojuego que es más llamativo, que presenta una cultura más liviana y llevadera (light) que la nuestra, que se ve más interesante, justamente, por cuanto no hay que esforzarse mentalmente, pues todo está ya dado.  Cultura consumista estadounidense que se nos ha venido imponiendo, no sólo con la venta desproporcionada de lavadoras, microondas, entre otros artefactos que nos hacen la vida algo más fácil, inmediatista, sino también ahora con artefactos que nos ofrecen tesis, trabajos escritos, etc., ya realizados, y que le quitan a nuestras generaciones jóvenes la posibilidad de aprender por sí mismos/as, de pensar críticamente. 

Desde la invención del timonel hasta nuestros días, ha habido personas que han tratado de manipular los barcos de las sociedades.  Hoy en día, la Internet y los demás medios audiovisuales de comunicación son timoneles mediante los cuales los dominadores conducen a nuestras jóvenes generaciones según su voluntad.  ¿Cómo lograr revertir esta situación, en tanto que filósofos/as latinoamericanos/as, que no “tragamos entero”, que luchamos para que no manejen nuestra vida, para que nos dejen pensar según nuestro propio criterio?, ¿cómo motivar a nuestras jóvenes generaciones a no dejarse “meter los dedos en la boca”?, ¿cómo trocar esa victoria que están logrando las máquinas y la técnica sobre nuestras jóvenes generaciones, para que éstas lleguen a ver a la Cibernética como una herramienta nada más, mas no el todo, la realización plena de la vida? Queda planteado así el desafío, el debate para la próxima clase.



[1] CEPEDA H., Juan.  De la Cibernética a la Cibercultura.  p. 3.

[2] Ibid., p. 4

[3] Ibid., p. 5

[4] Ibid., p. 5